Para neutralizar los olores a alcanfor y pastillas que se impregnaron como si mi piel fuera esponja después de los últimos días en la turística sala de terapia intensiva, mi Tía, la que se dedica a la venta de productos por catálogo, me regalo una colonia que recomiendo: “Frescor de Pitanga”.
Si lo se, es lo primero que yo también pensé. Pero cubre su cometido entre el perfumado de madera seca y azahares, sumándole la pitanga, que incomparable a cualquier otro fruto, si es que es un fruto, huele muy bien, pero sabe como si fuera un amarillo estridente, oxidado, horrible pobre. Pero fui acostumbrándome.
Así que después de bañarme y cuando no me baño, antes de dormir y cuando salgo, si hace calor o si me pongo mucha ropa, me riego desenfrascando casi todo el contenido, lo que sobra de cada puesta, me lo tomo y las toallas con las que seco del piso lo que se cae, las cuelgo de cortinas y que toda la casa huela a mi.
Mis días de frescor ahora son así, pastito de parque y barrilete que no levanta vuelo. Paseando a Uli y Jacintita, llegué a la conclusión de que el material recolectado a la mañana es de primera: algo resulta atrayente para la gente, pues por día la corriente espesa de cayena logra que yo charle con al menos tres personas distintas a mí, vestidas y que otros también ven y no se razones pero en mis interlocutores siempre surge como conversación algo del país hermano de Venezuela y, casualmente, sus mascotas usan pañuelito; averigüé, luego, que muchos preparan un cocimiento contra la disentería y la diarrea, yo, en cambio, por aperitármelo a diario, ya no tengo por qué preocuparme y me ahorro el hervidero y los gritos de mi Madre, santa Madre que me prohíbe usar el fuego en cualquiera de sus versiones imaginándome inflamable por proximidad; y por último, parece que la infusión de colonia no es recomendable, provoca alucinaciones y encasilla a sus degustadores como sinestésicos, lo cual no trae, a mi mezclado entender, más que enormes beneficios; cuarto: por los tres resultados previos, yo sonrío.
Si lo se, es lo primero que yo también pensé. Pero cubre su cometido entre el perfumado de madera seca y azahares, sumándole la pitanga, que incomparable a cualquier otro fruto, si es que es un fruto, huele muy bien, pero sabe como si fuera un amarillo estridente, oxidado, horrible pobre. Pero fui acostumbrándome.
Así que después de bañarme y cuando no me baño, antes de dormir y cuando salgo, si hace calor o si me pongo mucha ropa, me riego desenfrascando casi todo el contenido, lo que sobra de cada puesta, me lo tomo y las toallas con las que seco del piso lo que se cae, las cuelgo de cortinas y que toda la casa huela a mi.
Mis días de frescor ahora son así, pastito de parque y barrilete que no levanta vuelo. Paseando a Uli y Jacintita, llegué a la conclusión de que el material recolectado a la mañana es de primera: algo resulta atrayente para la gente, pues por día la corriente espesa de cayena logra que yo charle con al menos tres personas distintas a mí, vestidas y que otros también ven y no se razones pero en mis interlocutores siempre surge como conversación algo del país hermano de Venezuela y, casualmente, sus mascotas usan pañuelito; averigüé, luego, que muchos preparan un cocimiento contra la disentería y la diarrea, yo, en cambio, por aperitármelo a diario, ya no tengo por qué preocuparme y me ahorro el hervidero y los gritos de mi Madre, santa Madre que me prohíbe usar el fuego en cualquiera de sus versiones imaginándome inflamable por proximidad; y por último, parece que la infusión de colonia no es recomendable, provoca alucinaciones y encasilla a sus degustadores como sinestésicos, lo cual no trae, a mi mezclado entender, más que enormes beneficios; cuarto: por los tres resultados previos, yo sonrío.