domingo, 23 de noviembre de 2008

Aria del acto final de la ópera.

Repite y me harta, me cuenta y me obliga, me hostiga y me oprime…

-Jugando a que se lo que hago y confiando en que por el amor que les tengo nada malo puede acontecer, los operé.

1.
¿Y por qué no? Siendo apenas una niña y por desearlo tanto, había logrado volar de noche para llenar las horas de insomnio inexplicable y aunque esto involucra voluntades ajenas, las ganas son las mismas y nada debiera hacerle suponer que algo pueda no salir como lo imagina. Nada, salvo que últimamente muchas cosas no salen como espera. Nada, salvo la certeza de que está encerrada en repeticiones de logros pasados que aunque igual de útiles para sus destinatarios, a ella no le sirven.
Ana Zinnemann hace años que tiene los mismos y parece haberse aburrido de deducir (para excusarla de que ya no le resulta fácil) cuáles son las decisiones que debe tomar para volver a festejar su cumpleaños. Desganada de tanta mudanza que la ayude a disimular el tiempo que no corre, pasó de oportuna heroína urbana a ineficiente y malhumorada adivina que no encuentra la manera de llegar al otro escalón.

2.
Con Jettattore comparte pasillo en este pequeño edificio sin ventanas. A escasos pasos de la suya otra puerta cuenta que, silbando hasta el afonismo la Nessun Dorma, una mujer sin disimulo vive tras ella. Con el sonido del ascensor llegando y sin temer patinarse con la alfombra del alentador “Bienvenidos” ni con el ánimo de su vecina, Giulietta sale a saludar a Ana todos los días.

Así que de tanto suponer y por no saber qué hacer con la indiscreta presencia de la vecina en sus asuntos, Ana llegó a la conclusión, errada o no, de la fusión, pues quizás sea Giulietta, la mujer escrita, con sus “pasquines” la que le dicte las coordenadas que la lleven directo a la situación que le regale el próximo tirón de orejas con bonete.

Desplegándose con las que creyó nuevas reglas, irrumpió en la celebración de un casamiento elegido por cercanía azarosa más que por lógicos razonamientos, a salvar a los esponsales de los escombros de un altar que no iba a derrumbarse por leer en la remera de su mentora “cabecita de novia”.
Los padrinos llorosos insistieron en que debía aceptar la invitación a la fiesta y la obligaron a fotos con toda la familia; los novios le prometieron ser la madrina del primogénito y a la noche, todos brindaron por la desconocida ausente… en el álbum, la de jeans, buzo naranja con capucha y en medias, es Ana.
Una tarde de nubarrones espesos, mientras le hacía trampa en las cartas a Jettattore, intuyó que la combinación de canastas que tapaban los tres rojos de su adversaria presagiaban graves inconvenientes en el tránsito; un embotellamiento, algunos accidentes, quizás choques en cadena que pudieran evitarse. Corrió por la ciudad y los pueblos cercanos buscando dónde encontrar un nuevo año, agudizó su vista tratando de escuchar frenadas sobre los charcos con lluvia, pero a los veinte minutos volvió a casa empapada y habiéndole prestado colaboración sólo a un señor al que se le voló su paraguas cuando ella pasaba; afuera no se cumplieron los pronósticos.
Lo de la operación tampoco le trajo los laureles de globos y guirnaldas; al menos los tres perros a los que todas las noches les lleva una vianda de comida caliente van a seguir en la esquina a pesar de los malos sembradores de veneno.

3.
La tercera en el aplasta pecho caserío soy yo, que puedo contarles las inquietudes de las del sexto porque me basta elegir a una persona para saberle, con certidumbre que brilla y espanta, los pensamientos, los sentimientos y los hechos. Por eso sé que en estos últimos días, Ana anda pensando que la ventaja de volverse invisible sólo la salva del abultado precio del transporte urbano.


Este inquilinato va a matarme.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Mariposa de naranja

Sigo el consejo de cerrar la puerta para espantarlas o de barrerlas interceptando a alguien que pasa, soplar fuerte lila limón, pastita de dentista para ver si son astringentes, pero no, me aturden para que me complete, para que sepa que son familia y hoy me cruce con una de ellas:


Empezó a decir:
A veces, en los recreos después de la hora de la siesta, en vez de hacer las rondas redondas de sillas plegables prefería revolear las zapatillas y caminar en patas por el pastito recién regado. Cualquiera puede disimularse extranjero, fingir el analfabetismo o sin escrúpulos obviar violar los imperativos de un cartel. A mi me sale, cualquiera de las tres, incluso en simultaneo.

Qué me importan a mí los pies mugre, escamas de barro.
Qué importa que caiga agua de un sinfín artificial, igual llueve.
Qué importa si un preceptor para trece es insuficiente: por eso anda corriendo por ahí, y si la golpeamos, no ves que se escapa, va a volver desproporcionada, sus padres deben la cuota, y lavenle la cara, ¡traéla!, ¡tráiganla!, ya!

La captura era el espanto. Cuando lamentando el límite de enredaderas chocaba rebotaba desmayada y otra vez al césped de grana tan verde como el de las tortas que algunas madres hacen con grana verde como ese césped de hospicio, era pájaro de jaula. Yo se, lo sabía antes y aun nada logró que lo piense de otra manera: ellos, los zorros blancos de lapicera en el bolsillo, apostaban sus horas libres por verme perder bajo las piernas con elásticos del más feo, pero feo feo horrible, de esos que después soñás, el nunca quieto, el que callaba los rumores de que antes lo corrían a él, el gárgola cazador de mi corazón, anulador de mis músculos, destinatario de mis noches de llanto; que se calle y se duerma la 216, o duermanla y que se calle o que se ahogue pero que se calle.

Como si antes lo hubiera contado empecé a verlo en películas, sobre todo en las que vienen de los Urales, allá, en la cada vez más lejos EuroRusia y también en los institucionales que circulan como programa de apoyo para la reestructuración empresarial y me da una risa que, te juro, no contengo señor camarlengo, absuélvame, no es intencional.
Pero no al cruel, al de piedra, no… empece a ver lo que te estoy contando; presta atención o sin masticar, tomate esto que concentra.

Qué sabes si yo duermo, silencio en las sábanas.
Qué decís si te cuento que es mentira, si te digo que no estabas, vos te acordás de lo que no viviste. Esa vez que hubo inyecciones, todas ustedes se esfumaron y me dejaron sola.
Qué diferencia consecuencia puede resultar de anticiparse a lo recetado: pero otra vez, no ves que mezcla todo, encima le va a dar sarampión por la contraindicación, que vomite, siempre despeinada, ¡escupí nena escupí!, no le des si te pide, tomá, la próxima si insiste encajale estas Yapa.

La casa fue el reencuentro. Mis ventanas, mis macetas, mi mesa y mis zapatos. La Violeta esta tan grande que parece reclamar los Alpes. Ahora que dije nieve, tengo que descongelar la heladera.


Terminó diciendo:
Ahhh, me hace bien rearmarlo con voz, acá, dentro de esta pieza con vos.

Y, sacudiendo la cabeza como quien tiene agua de pileta, solté lo que iba a robarle y le dije:
Bueeeeno, yo me voy yendo.


viernes, 7 de noviembre de 2008

La nostalgiosa

Una de las vecinas que llegan cada quincena después de las pastis azules y la fiebre con polvito rosa me contó algo que no me acordaba; dijo:


Ciertos lugares no tienen las instalaciones previstas para pasar direcciones y números en papelitos minúsculos y a las apuradas; menos si la improvisada oficina resulta acunada por el viaje de caballo cansado que impone un urbano, peor si es el 120, inverosímil si es en la franja de horario bancario y totalmente inútil si se ha parado en cada asfáltica y humeante esquina hasta conformar, enfrascados, un solo cuerpo heterogéneo apenas “dividible” en unidades por las veces de plastiquito de fiambre que interpreta la lluvia de transpiraciones emanadas. El resultado, hoy lo se, es incierto.

Desde que tocó el timbre, nuestra relación se construyó con ausencias, se alimentó del recuerdo y se llenó de las voces que respondían al siempre número equivocado por más combinaciones que se arriesgaran:
-Ah, equivocado? Y podría Ud. charlar conmigo aunque sea un ratito? No, no se preocupe… De cualquier cosa, o mejor, dígame algo como si me hubiera conocido en un colectivo.

A veces de la nada veo el cuadro. En puntas de pie y esquivando hombros trataba de verlo mientras, él parado en la vereda y yo en la incertidumbre, nuestro destino de amantes paria se imponía. La postal para el resto del pasaje resultó tan pintoresca como una mujer para un hombre y un hombre para una mujer enmarcados en la ventana y punto, fin, si te he visto no me acuerdo.

Al papelito le puse una vela y a la vela una campana para evitar, esta vez, lo que no pude cuando la brisita de la primavera pasada incendió primero las cortinas y después casi todo el lado derecho de mi antiguo departamentito e íntegro el de la Sra. vieja de arriba que, bueno, se murió… porque, creo, no podía moverse fluidamente, era como una tartamuda muscular. La cosa es que no hay rezos, rituales o cruces de dedos que hayan logrado dar con él otra vez en el 120 y después de algunos meses y siempre estrujando el papelito en mi pecho desolado, bebo. Pero bebo bebo, eh. Me empapo con lo que sea que venga en botella y parezca más o menos líquido. Claro que beoda no me dejan subir al transporte público y las posibilidades de encontralo se reducen a ninguna y enfrentar el recuerdo del amor perdido a diario se hace insoportable; así es fácil cerrar el círculo: porque estoy ebria, no me dejan pasear buscándolo en el 120 (o en otros números que por error aborde) y porque no lo encuentro, bebo y lloro cantando.

Ahora, por motivos de traumatología, ya no lucho contra los vaivenes sin amortiguación de los buses municipales en mal estado y en las garitas céntricas reparto fotocopias de su papelito con una leyenda encerrada en corazones que dice: Ud. ha escrito esto? y por fin tanto amor rindió sus frutos, nadie contestó no.