Repite y me harta, me cuenta y me obliga, me hostiga y me oprime…
-Jugando a que se lo que hago y confiando en que por el amor que les tengo nada malo puede acontecer, los operé.
1.
¿Y por qué no? Siendo apenas una niña y por desearlo tanto, había logrado volar de noche para llenar las horas de insomnio inexplicable y aunque esto involucra voluntades ajenas, las ganas son las mismas y nada debiera hacerle suponer que algo pueda no salir como lo imagina. Nada, salvo que últimamente muchas cosas no salen como espera. Nada, salvo la certeza de que está encerrada en repeticiones de logros pasados que aunque igual de útiles para sus destinatarios, a ella no le sirven.
Ana Zinnemann hace años que tiene los mismos y parece haberse aburrido de deducir (para excusarla de que ya no le resulta fácil) cuáles son las decisiones que debe tomar para volver a festejar su cumpleaños. Desganada de tanta mudanza que la ayude a disimular el tiempo que no corre, pasó de oportuna heroína urbana a ineficiente y malhumorada adivina que no encuentra la manera de llegar al otro escalón.
2.
Con Jettattore comparte pasillo en este pequeño edificio sin ventanas. A escasos pasos de la suya otra puerta cuenta que, silbando hasta el afonismo la Nessun Dorma, una mujer sin disimulo vive tras ella. Con el sonido del ascensor llegando y sin temer patinarse con la alfombra del alentador “Bienvenidos” ni con el ánimo de su vecina, Giulietta sale a saludar a Ana todos los días.
Así que de tanto suponer y por no saber qué hacer con la indiscreta presencia de la vecina en sus asuntos, Ana llegó a la conclusión, errada o no, de la fusión, pues quizás sea Giulietta, la mujer escrita, con sus “pasquines” la que le dicte las coordenadas que la lleven directo a la situación que le regale el próximo tirón de orejas con bonete.
Desplegándose con las que creyó nuevas reglas, irrumpió en la celebración de un casamiento elegido por cercanía azarosa más que por lógicos razonamientos, a salvar a los esponsales de los escombros de un altar que no iba a derrumbarse por leer en la remera de su mentora “cabecita de novia”.
Los padrinos llorosos insistieron en que debía aceptar la invitación a la fiesta y la obligaron a fotos con toda la familia; los novios le prometieron ser la madrina del primogénito y a la noche, todos brindaron por la desconocida ausente… en el álbum, la de jeans, buzo naranja con capucha y en medias, es Ana.
Una tarde de nubarrones espesos, mientras le hacía trampa en las cartas a Jettattore, intuyó que la combinación de canastas que tapaban los tres rojos de su adversaria presagiaban graves inconvenientes en el tránsito; un embotellamiento, algunos accidentes, quizás choques en cadena que pudieran evitarse. Corrió por la ciudad y los pueblos cercanos buscando dónde encontrar un nuevo año, agudizó su vista tratando de escuchar frenadas sobre los charcos con lluvia, pero a los veinte minutos volvió a casa empapada y habiéndole prestado colaboración sólo a un señor al que se le voló su paraguas cuando ella pasaba; afuera no se cumplieron los pronósticos.
Lo de la operación tampoco le trajo los laureles de globos y guirnaldas; al menos los tres perros a los que todas las noches les lleva una vianda de comida caliente van a seguir en la esquina a pesar de los malos sembradores de veneno.
3.
La tercera en el aplasta pecho caserío soy yo, que puedo contarles las inquietudes de las del sexto porque me basta elegir a una persona para saberle, con certidumbre que brilla y espanta, los pensamientos, los sentimientos y los hechos. Por eso sé que en estos últimos días, Ana anda pensando que la ventaja de volverse invisible sólo la salva del abultado precio del transporte urbano.
Este inquilinato va a matarme.